Aristóteles: el tema de la ética y las líneas fundamentales de su pensamiento




Aristóteles distingue entre el conocimiento teórico y el conocimiento práctico. Al saber práctico corresponde el estudio de la conducta humana. Afirma el carácter teleológico de toda conducta. Toda conducta tiende a un fin, y ese fin es tomado como un bien. Pero los bienes o fines que se persiguen son múltiples. El fin supremo es la felicidad, que debe entenderse como la realización plena del hombre. 

Con respecto al concepto de virtud (areté), se trata de la excelencia en la realización de una determinada disposición. La conducta virtuosa es la que nos conducirá a la felicidad (eudaimonía), que es el fin último del hombre. Por lo tanto, la virtud, al estar ligada a la conducta, puede ser definida como un hábito, algo que se adquiere con la práctica repetida.

La actividad más propia del hombre, como ser racional, es la vida contemplativa. Pero esta, aunque es la mejor, no es la única actividad posible para el hombre. A la pluralidad de quehaceres corresponde una pluralidad de virtudes, de las que distinguimos dos grandes grupos: las virtudes intelectuales (dianoéticas), que perfeccionan nuestra capacidad de conocer, y las virtudes éticas, que perfeccionan el carácter. Las primeras son disposiciones para alcanzar la verdad. Aristóteles destaca la prudencia (phrónesis), que es el tipo de conocimiento que nos permite discriminar entre las acciones para elegir la más adecuada. Pero hace falta que la conducta elegida se lleve a la práctica. Para ello necesitamos de las virtudes morales (éticas). Aristóteles las define como “el justo medio entre dos extremos”. Estos extremos son el exceso y el defecto. Las virtudes morales son un hábito de elegir el término medio.

Según Aristóteles solamente en el marco de la convivencia social es posible alcanzar una vida digna y satisfactoria, es decir, la felicidad. Insiste en que la sociabilidad es un rasgo esencial de la naturaleza humana. La vida humana sólo es posible en convivencia cooperativa con otros hombres. La sociabilidad marca el nivel que corresponde al hombre en la escala de los vivientes: por debajo de él están las bestias que no pueden vivir en sociedad al carecer de las dotes necesarias para ello. Por encima está la divinidad, que no necesita vivir en sociedad porque es autosuficiente. Los hombres pueden vivir en sociedad porque están dotados de lenguaje. La sociabilidad humana se actualiza en tres formas naturales de comunidad: familia, aldea y Estado. 

Distingue tres regímenes políticos orientados al bien de los ciudadanos: la monarquía (gobierno de uno, el mejor de los ciudadanos); la aristocracia (gobierno de los mejores); y la “politeia”, (gobierno de amplia base social, similar a nuestra democracia actual). Estas tres formas de gobierno pueden degenerar cuando los gobernantes persiguen su propio provecho y no el bien común. En tal caso, la monarquía deviene en tiranía, la aristocracia en oligarquía, y la “politeia” se transforma en democracia, que para Aristóteles es el gobierno de los pobres en su propio y exclusivo provecho. 

Para Aristóteles, el conocimiento comienza con los sentidos. Al conocer, el sujeto recibe la forma de lo conocido sin su materia. En el proceso de abstracción, el intelecto agente elimina los rasgos particulares de la forma captada y llega así al universal (género o especie). El objeto sensible es la sustancia primera, y el concepto, la sustancia segunda. 

Define al cambio o movimiento como el paso de la potencia (lo que todavía no es pero puede ser) al acto (lo que es en el momento presente), e identifica cuatro causas: la material (materia), la formal (forma), la eficiente (el agente que produce o realiza) y la final (finalidad). En el compuesto hilemórfico, la materia es potencia, y la forma, el acto. 

Aristóteles establece que el tema de estudio de la filosofía primera o metafísica son las realidades inmóviles e inmateriales. De esta manera, la metafísica y la teología se identifican, ya que lo inmóvil e inmaterial es lo divino. La metafísica es el estudio “del ser en tanto que ser”. Es una ciencia de lo más universal que hay (el ser). Y el ser se dice de muchas maneras: no es unívoco. Pero a pesar de sus múltiples sentidos, hay una referencia común en todos ellos a la sustancia (ousía). 

La sustancia puede entenderse como el sujeto o sustrato último de todas las predicaciones. Es un compuesto hilemórfico: compuesto de materia (indeterminada) y forma (determinada). Del compuesto, la forma es, más propiamente, la sustancia, porque es la forma el principio determinante. La forma es, al mismo tiempo, la esencia. La esencia y la forma son, consideradas desde un punto de vista físico, el acto. En un enfoque teológico, la entidad suprema (Dios o primer motor) es acto puro, sin potencia. Es un viviente eterno y perfecto, cuya actividad consiste en el puro pensamiento de sí mismo. Es la causa del movimiento por “atracción”, debido a su perfección.






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